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Entrevistas y presentaciones: ¡Buen viaje, Enai!

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Epílogo de: ¡Buen viaje, Enai!

Epílogo:

La vida está llena de magia, de momentos cargados de ella, y los protagonistas de este cuento la han conocido en muchas de sus formas.

Desde un hada del otoño cargada de sueños hasta una primavera poco esperada, todos pasan por un proceso de transformación personal y familiar que hará que puedas acompañar a los niños en la aventura más intensa de sus vidas, a través de los ojos de Gael. Este pequeño, con cinco años, te transportará a la visión más pura de la ilusión, el amor, la muerte, el acompañamiento y el crecimiento hacia una nueva forma de entender aquello para lo que nadie nos prepara.

Sandra Ballester

@mamacosmica8

@eltallercosmico

Sobre mi

Sobre mi:

Mi nombre es Sandra Ballester Chivite, nací en Tarragona, en el seno de una familia numerosa, siendo la última hija que se quedó a este lado del mundo, la cuarta de los cuatro que compartimos aventuras en este plano, la séptima de los ocho que fuimos concebidos.

Después de mis estudios en Animación sociocultural, empecé a trabajar en el ayuntamiento de mi localidad, Torredembarra, y más tarde lo hice en el del municipio vecino, Altafulla, donde continúo en la actualidad. Así que, a lo largo de 18 años, he trabajado como dinamizadora y técnica de juventud, organizando y dando vida a los proyectos y programas de la concejalía, pero, sobre todo, acompañando en el camino desde la adolescencia hasta la etapa adulta de aquellas personas con las que he compartido momentos mágicos y que siempre están en un rinconcito especial de mi corazón.

He participado, junto a mis compañeros de la formación en análisis y gestión de conflictos, en el capítulo de la Cop ‘Trans Formando’ del libro Trans-formando la intervención, fruto del trabajo de dos grandes educadores del departamento de justicia juvenil, pero, ante todo, dos grandes personas: Ana Nogueras y Robert Gimeno.

Me he seguido formando en el ámbito juvenil y de la Educación Social durante estos años y, como siempre, he sido una persona creativa, enlazada al mundo artístico en general, en mi pasión por crear un mundo socialmente mejor. Así, siempre he intentado que el arte fuese clave en el entorno que me rodeaba.

En la primavera de 2013, vino a este lado del mundo mi hijo mayor, un pequeño maestro que trajo un brillo especial a mi vida. Con él viví todas las primeras veces de la maternidad y disfruté de todo lo que me trajo: con él crecí y pude ser yo en esta nueva etapa que me llevaría hacia experiencias únicas, cargadas de la esencia del más puro amor.

En 2015, nos unimos al proyecto de educación viva junto a otras familias y pude realizar una de las formaciones para padres, madres y profesionales de la educación que impartía David Sánchez Ruiz, que me mostró la importancia de la mirada hacia el niño y me sumergí en una andadura maravillosa.

En la primavera de 2018, mi mundo dio un vuelco después de la muerte de mi hijo pequeño. Ocurrió antes de que pudiese ver este lado del mundo y pudiésemos compartir la belleza de sus colores, así que seguí un sendero nuevo, agarrando un impulso inimaginable, de donde renací como Mamá Cósmica. En ese camino del duelo conocí a mujeres capaces de enfrentarse a los miedos, y superarse, día a día. Retomé la escritura como manera terapéutica de paliar el dolor por la pérdida, y pude volver a gestar, en forma de cuento, el legado que mi pequeño me dejó.

Me formé con Mónica Álvarez Álvarez para que la idea de escribir un libro fuese una realidad, y así, hoy, puedes estar leyendo lo que tienes entre tus manos.

Te invito a buscar un lugar tranquilo, donde adentrarte en nuestra historia y poder sumergirte en cada susurro que te regalo desde el alma.

Un abrazo cósmico,

Sandra Ballester Chivite

@mamacosmica8

@eltallercosmico

Medios en los que me han entrevistado

Prólogo de David Sánchez Ruiz a: ¡Buen viaje, Enai!

 

Prólogo de David Sánchez Ruiz a ‘¡Buen viaje, Enai!’:

Cuando yo tenía diez años, mi hermano mayor murió en un accidente de coche. Mi hermano mayor era uno de esos seres especiales que acreditan que los ángeles existen y que a veces sus tiempos son cortos, como sus alas y su vuelo. Cuando Juan murió, mis padres no supieron cómo explicarme la muerte porque ni ellos mismos sabían cómo acoger la sensación de vacío y silencio tan rotundo que la acompañan. La muerte nunca ha tenido buena prensa, en nuestra cultura no hemos sido capaces de crear un relato que acoja el dolor, las despedidas, las rupturas, las pequeñas muertes y la gran muerte tal y como se merecen: como ritos de paso, como puentes que nos llevan a formar parte del mismo misterio, como asunción de lo vulnerables, limitados y finitos, que al menos, como cuerpo físico, somos.

Me he pasado gran parte de mi vida trabajando con niños, con adolescentes y con adultos. Con el tiempo he ido entendiendo que, de alguna manera, lo he estado haciendo con el afán de acompañar el dolor que sienten como me hubiese gustado que me acompañaran mis padres, como ahora lo hace Sandra con Gael, poniéndole palabras a lo que es, tal y como es.

Ese dolor de haber experimentado la muerte me hizo despertar como niño al misterio: ¡¡si uno se puede morir así, de repente, la vida es demasiado valiosa para solamente pasar por ella!! En mi caso la muerte me despertó la dimensión y las preguntas profundas de la vida, la conciencia de la vulnerabilidad y del cuidado que merece el mayor de los regalos que un día nuestros padres decidieron hacernos. Sandra acompaña en este cuento a Gael, que aprende a vivir un poco más consciente de este misterio que es la vida y que un día se acaba, al menos tal y como nuestro cuerpo físico la entiende. Ojalá un día nos atrevamos a descubrir todas las vidas que viven dentro de esta vida, y también dentro de la muerte.

Cuando leo a Gael en las palabras de Sandra me emociono. Conecto con las dificultades que tuve para traspasar el dolor de la muerte de mi hermano y siento cómo mis padres no supieron hacer eso de ponerle palabras al dolor, porque el dolor pudo con ellos, con sus palabras y nos dejó a todos en un largo silencio con el que cada uno aprendimos a convivir como supimos.

Cuando leo a Gael lloro de dolor, como no puede ser de otra manera ante la señora muerte, y al mismo tiempo lloro de alegría al leer cómo Gael ha podido encontrar las palabras que durante años yo estuve buscando. ¡¡Cuánto amor tienes en tu vida, Gael!! ¡¡Deja que tus padres puedan sostenerte cuando no sepas qué hacer con el dolor!!

En su relato, Sandra se explica (y le explica a Gael) el dolor que han transitado juntos, nombrando cada cosa como fue y dándole un lugar donde honrar al hijo y al hermano, porque la vida necesita de lugares adyacentes en los que ubicar metafóricamente lo que dolió para poder ir explicándonos con el tiempo que necesitemos, cómo estamos con lo perdido. Porque lo que no se explica se hace aliado del sufrimiento, y la vida necesita de lugares sagrados para dejar descansar lo que duele mientras continuamos viviendo como podemos, como sabemos, como vamos aprendiendo. Lugares sagrados que pasan a ser un tesoro, como este cuento que te explicarán, siempre que lo necesites, Sandra, Jonatan, Gael y Enai, a una sola voz y al mismo tiempo a cuatro voces. Ellos te explicarán lo que a mí me hubiese gustado que mis padres me hubiesen podido explicar: que la vida es muy bella, aunque también duele, y que la vida y la muerte son una misma cosa, aunque cueste entenderlo.

Mi curiosidad por la vida, la muerte y la simbología profunda que expresa su misterio, me ha llevado a experimentar más de una vez que lo que entendemos por vida se transforma como lo hace la energía y nos recuerda que, en diferentes formas, en diferentes espacios-tiempos, en diferentes cuerpos, sigue latiendo algo de eso que fuimos, que somos, que seremos, algo de eso que nuestros seres queridos, al dejar el cuerpo físico, siguen y seguirán siendo: parte de nosotros.

En Tarragona, agosto de 2020,

David Sánchez Ruiz

https://www.facebook.com/davidsanchezruizterapeutaholistico

Prólogo de Mónica Álvarez Álvarez a ¡Buen viaje, Enai!

 

Prólogo de Mónica Álvarez Álvarez a: ¡Buen viaje, Enai!

La muerte siempre es terrible y devastadora.

No seré yo quien diga que hay pérdidas más llevaderas que otras.

Para quien pierde un ser querido, es como un jarro de agua fría que te cae sin previo aviso.

El tiempo se detiene. Una sensación de irrealidad te invade, como si todo esto le estuviera pasando a otra persona, como si lo vieras desde fuera, aislada del torrente de emociones que podría inundar tu alma hasta ahogarte.

El tiempo pasa y, aunque la vida acaba por imponerse, siempre quedará ese espacio para el ser querido que falta. También se abre un tiempo especial, el de todas las cosas que no se pudieron hacer juntos, las palabras que callamos, las miradas que no se llegaron a encontrar.

Aunque todas las muertes son dolorosamente trágicas, hay algunas que, además, te dejan en la vulnerabilidad más absoluta: las de los bebés que murieron en el vientre o en el tiempo que rodea el momento del parto.

Quienes tienen la mala suerte de pasar por ello quedan sumergidos en un limbo en el que no pueden llorar a su pequeño porque la vida sigue, sois jóvenes, tendréis más. O eso es lo que dice la gente.

No tienen un registro en el libro de familia porque jurídicamente no llegó a ser persona.

No hay ritual porque la sociedad no tiene tiempo de detenerse a honrar a alguien a quien ni siquiera conoció.

No hay regalos, ni patucos, ni cuna, porque no hay bebé.

No hay historias recordando al ser querido, porque nuestra sociedad olvidó las palabras para hablar de la muerte de un recién nacido y solo quedó el silencio.

No hay fiesta porque la muerte no se celebra. Se echa tierra encima y te pasas el resto de tu vida mirando para otro lado, haciendo como que no ocurrió nada.

Pero sí ocurrió.

Detrás de un bebé que se pone las alas, quedan unos padres destrozados con sus brazos vacíos, sin saber dónde pondrán todo el amor que tenían para él.

Quedan unos familiares desconcertados y mudos ante la tragedia.

A veces quedan otros niños, los hermanos mayores, que pierden a su hermano y muchas veces a sus padres, enredados en una tormenta emocional de la que no saben cómo salir.

Poco se dice sobre cómo ayudar a estos niños, pues ni siquiera muchos adultos saben cómo entrar en las nieblas del duelo y salir victoriosos, como para además acompañarlos.

Sandra Ballester ha escrito este precioso cuento contribuyendo a recuperar esas palabras-medicina con las que hablar del dolor de la pérdida de un recién nacido.

Lo ha escrito en primera persona, como si fuera su hijo mayor, Gael, quien relatara la historia.

Ha puesto en su boca, de una manera poética y maravillosa, muchos de los pensamientos que pueden pasar por la mente de un niño en estas circunstancias.

Nos comparte la historia real de cómo ellos vivieron la despedida del pequeño Enai y cómo compartieron en la escuelita de Gael un bello y profundo ritual de despedida.

Pues no solo Gael perdió a su hermano pequeño. Todos los niños con quienes vivía diariamente perdieron un poco de la inocencia de la infancia, pues esta es una de las muchas historias que no tuvo un final feliz.

Creo que tanto Sandra y Jonatan como los profesores de la escuelita hicieron una labor maravillosa ayudando a todos sus niños a poner palabras al dolor y al desconcierto.

Sandra y Jonatan, a pesar del dolor que les invadía, tuvieron la generosidad de compartir un momento tan íntimo y especial como fue la despedida de su hijo pequeño, Enai.

Y Sandra Ballester ha querido continuar compartiendo contigo, lector o lectora, a través de las palabras-medicina de este relato que tienes entre las manos.

Y para quienes aún no están preparado para escuchar y aprenderlas, ha dibujado, además, unas láminas preciosas para que el mensaje nos entre por los ojos y vaya directo al corazón.

Muchas gracias, Sandra, por compartir conmigo este proyecto y dejarme acompañarte desde su concepción hasta ver la luz.

En Aranaz, a 9 de agosto de 2020,

Mónica Álvarez Álvarez

Buen viaje, Enai: Introducción

Introducción:

Viaja a través de los ojos de un niño por los que recorrerás los caminos de la vida, la muerte y el duelo, desde un acompañamiento respetuoso.

                A menudo la vida te muestra caminos por senderos desconocidos, paisajes que nunca hubieses pensado que podrías conocer, recorridos hacia los que nadie te prepara con destinos que tú no habrías elegido.

Hay momentos en los que tu vida se convierte en una estadística más elevada de la que la mayoría del mundo pueda pensar, en los que te toca a ti lidiar con un dolor inimaginable, en los que, si en medio de esa tempestad, encuentras a una tribu fuerte en la que sostenerte, parece que puedas atenuar de algún modo, el desgarro del alma.

Yo tuve a esa tribu en la unión de la familia, que me sostuvieron para aullar juntos a la luna y poder volver a vivir con el vacío del alma, del pecho, de mi vientre, de mis brazos…

También sentí que hay personas tan especiales, que siempre pasarán a ser de mi familia de almas.

Y sentí el calor de una tribu muy especial en nuestra familia, la cual no sólo lleva el nombre, sino las personas y vivencias que nos hemos llevado de ella desde que nuestro hijo mayor empezase a ir. La Tribu del Gaià, una escuelita de cuento, mágica, viva, libre; allí donde los niños son las semillas y el acompañamiento respetuoso son el agua con la que regar día a día la tierra por la que crecerán.

En una de las estancias de la escuela se podía leer un proverbio africano que una de las familias escribió y que decía así:

“Para educar a un niño hace falta toda la tribu.”

Con este cuento quiero visibilizar y dar un espacio al dolor como parte de los procesos naturales de la vida. Con él aporto ideas de como acompañarlo de una manera natural y respetuosa.

Pretende servir de herramienta para ayudar a otras escuelas y centros en los que se conviva con niños, para así, poder abrir un espacio de acompañamiento hacia el niño que esté viviendo cualquier tipo de duelo tras una pérdida.

Y, sobre todo agradecer a todas las personas que nos acompañaron en el momento más desgarrador de nuestras vidas.